25 años sin Ayrton Senna, el piloto que veía a Dios

FÓRMULA 1

El pase de diapositivas requiere JavaScript.

Senna, justo antes de la salida del GP de San Marino de 1994. RACING PRESS

La mañana del 1 de mayo de 1994, horas antes de tomar la salida en el GP de San Marino, Ayrton Senna abrió su Biblia y leyó un pasaje que su hermana Vivianne siempre ha atribuido al Evangelio de Juan. «Recibirás el don más grande de todos, que es el propio Dios». Sólo tres días más tarde, el tricampeón mundial de F1 era enterrado en Sao Paulo bajo un clima de histeria colectiva y fervor religioso. Ayer, en ese mismo cementerio de Morumbí, decenas de ramos de flores engalanaban la austera placa que sigue recordando a Ayrton con un sucinto mensaje: «Nada puede separarme del amor de Dios». La pérdida de Senna aún no ha podido ser digerida por completo en Brasil, un gigante católico con más de 123 millones de fieles. Tampoco en la F1, donde ningún gran campeón posterior pudo competir ni en carisma ni en contradicciones. Ayrton fue demasiadas cosas al mismo tiempo. Tantas que para reunirlas e interpretarlas sólo queda el amparo de la fe.

«Su calidez y su encanto personal, su profunda inteligencia y sensibilidad, sus revelaciones sobre la religión y su incomparable estilo al volante añaden dimensiones extras a su mística», asegura Gerald Donaldson, uno de los especialistas más prestigiosos en los entresijos de la F1. En conversación con este periódico, el veterano periodista canadiense hace hincapié en un «cautivador carácter» que eleva a Senna hasta «una de las cimas del deporte del motor».

Su relación con el mito alcanzó el cenit en septiembre de 1990, merced a una entrevista incluida en un libro convertido hoy en clásico: Grand Prix People, Revelations From Inside The Formula 1 Circus. Aquel encuentro en Monza terminó con estas reveladoras declaraciones: «En muchos sentidos, para la gente no somos una realidad, sino un sueño. Es algo que se queda grabado en tu mente. Te muestra hasta qué punto puedes tener un impacto en todos ellos. Y, por mucho que intentes darles algo, nunca será nada en comparación con lo que ellos experimentan en su mente, en sus sueños sobre ti. Y esto es algo muy, muy, muy especial para mí».

“ESO ERA DEMASIADO”

Desde luego, 25 años después, millones de aficionados siguen soñando con Senna en todos los rincones del planeta. Esa relación más allá de lo convencional fue explorada mejor que nadie por el propio piloto, que admitía haber visto a Dios al otro lado del volante en numerosas ocasiones. Después de desafiar tantas veces a sus propios límites, terminó alcanzando experiencias para trascender lo meramente sensorial.

Sin ir más lejos, durante la clasificación del GP de Mónaco de 1988, cuando aventajaba en dos segundos a sus perseguidores. «Ahí me di cuenta de que estaba traspasando los márgenes de la consciencia. Eso era demasiado y tuve que levantar el pie». Apenas 24 horas más tarde, mientras lideraba la carrera a placer, sufrió un absurdo accidente en la zona de Portier, justo a la entrada del túnel.

«Aquello me dio que pensar. Tuve que hacerme muchas preguntas. Todo lo que tenemos, tanto de lo que somos conscientes como de lo que no, nos lo ha entregado Dios. Aquello no fue simplemente un error de pilotaje. El accidente sólo fue una señal de que Dios estaba allí esperándome para darme la mano». Al calor de este estremecedor testimonio brotan numerosas preguntas. ¿Era Senna un místico al volante? ¿Un genio total? ¿Un charlatán iluminado?

Senna, tras su triunfo en el GP de Mónaco de 1993.

Jordi Osúa, doctor en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte (UB) y Licenciado en Ciencias Religiosas (ISCREB), descarta de plano la tercera tesis para acercarse a la primera. «Desde luego, los deportes de riesgo también constituyen una fuente de experiencias emocionales intensas, en algunos casos cercanas al éxtasis religioso». Y para completar la idea recurre al filósofo Michel Lacroix. «Más allá del factor sensitivo es ciertamente la vibración emocional lo que se quiere encontrar en los deportes de este tipo. Reduciendo el esfuerzo muscular en beneficio del tratamiento informacional, se abren las compuertas de la euforia, del vértigo, del éxtasis. (…) Sus sensaciones amplificadas le comunican una vibración de placer al alma y le producen una impresión palpitante, casi mística, de fusión con el cosmos», concluye Lacroix, el pensador francés, en su libro El culto a la emoción.

Esa comunión con lo divino volvió a interiorizarla Senna durante el GP de Japón de 1988, penúltima prueba de un Mundial resuelto a su favor tras un tremebundo pulso con Alain Prost. Puro frenesí espiritual en unas últimas vueltas donde simultaneaba el pilotaje con los rezos de agradecimiento por la gracia concedida. De pronto, cuando abordaba la horquilla de Suzuka, otra vez el embeleso: «Vi la imagen de Jesús, grande, allí suspendida, elevándose hacia el cielo. Aquel contacto con Dios fue una experiencia maravillosa». Nada extraño, a juicio de Osúa, para quien la velocidad de un F1 puede ser generadora de la experiencia de Dios. «Ese tipo de situaciones límite te sacan de la rutina de lo cotidiano y te permiten vivir una trascendencia física que evoca la trascendencia religiosa», subraya el autor de Esport i religió. Una aproximació fenomenològica.

“EL ÚNICO QUE TRASPASABA LOS LÍMITES”

Hoy, un cuarto de siglo después, un puñado de fotografías en blanco y negro nos recuerdan a un campeón rezando dentro de su monoplaza, minutos antes de que se apagara el semáforo rojo. Hoy, la Fundación Senna, con Vivianne al mando, prosigue su labor con millares de niños brasileños, a los que Ayrton dedicó su célebre frase: «No puedo vivir en una isla de prosperidad, rodeado de un mar de miseria».

Hoy, Adrián Campos, viejo amigo desde los tiempos de la Fórmula 3, rememora para EL MUNDO, su anécdota del GP de Alemania de 1987. «Me invitó a cenar en el hotel. Tenía la Biblia a mano, como hoy todos tienen el teléfono móvil. Yo simplemente le pregunté: “¿Y esto?” Él se quedó muy serio y me respondió de manera firme: “Yo ahí siempre encuentro respuestas”. Así que con todo el respeto me callé y cambié de tema». La potentísima vida interior del paulista parecía trasladarle a otro ámbito en cada momento crítico. «Todos aceptábamos que era el mejor. El resto de la parrilla buscábamos el límite, pero él era el único que quería traspasarlo una y otra vez sin cometer errores. Esa era la sensación que siempre pretendía. Esa era su grandeza», remacha Campos.

Otro capítulo entrañable nos remonta al hospital de Imola, donde en 1990 yace postrado, víctima de un terrible accidente de moto, Massimo Bulzamini, gran tifoso de McLaren. Los doctores experimentaban entonces con una nueva terapia para los pacientes en coma profundo. Se trataba de mensajes grabados. Cuando la familia le llamó, Ayrton no se lo pensó ni un instante. «Intenta escucharme si puedes. Tienes que reaccionar y levantarte. Tienes que luchar porque todos aquí te quieren. Te esperamos para los test en Imola». Miles de veces lo escuchó Massimo en su noche interminable. En 1992 despertó del coma. Dos meses después, Senna acudió a la clínica para abrazarle como a un amigo.

Senna, con Prost, en el podio del GP de Australia de 1988.

Aunque cueste procesarlo, esta empatía por los necesitados convivía a diario con una feroz competitivad. Aún hoy Donaldson se siente asombrado. «Su figura se asienta sobre cuatro pilares: un feroz espíritu de lucha, una tremenda pasión por pilotar, un profundo respeto por la humanidad y una personalidad magnética».

A los teóricos de otros campos, por su parte, les queda el intento de aferrar lo inefable. Josep Otón, profesor del ISCREB, se refiere a algunos estados de concentración, como los de Senna, que pueden dar lugar a experiencias místicas. Y los llama «estados polarizados de la conciencia». El psiquiatra Javier Álvarez relaciona las experiencias místicas con un estado de «hipersincronicidad neuronal», que pueden dar lugar a vivencias psíquicas extraordinarias. Lo realmente extraordinario era conducir como Senna. Conducir hasta ver a Dios.

Entradas relacionadas